1º. de Mayo: 125 años de irrupción de la clase obrera en la escenario mundial

Juan Ahumada Farietta, Manizales, abril 25 de 2011

A finales del siglo diez y ocho, las movilizaciones obreras por la jornada de ocho horas conmovieron los países industrializados, en especial al más pujante de todos, los Estados Unidos, justo cuando éstos se convertían en potencias imperiales al servicio del capital financiero y de los monopolios.
La lucha por la reducción de la jornada surgió con el capitalismo mismo, el cual, desde el periodo manufacturero sometió a hombres, mujeres y niños a jornadas brutales, hasta el colmo de que las breves horas de sueño las hacían en las instalaciones de las fábricas y sólo veían el sol cada ocho días. En plena Revolución Francesa fueron condenados a la guillotina varios trabajadores de las panaderías, que reclamaban la regulación de la jornada, “por atentar contra los derechos humanos de los franceses”. En Gran Bretaña, el movimiento de las Tradeuniones conquistó sucesivamente la Ley de Fábricas de 1847, que limitó la jornada a 10 horas para los menores de 18 años y para las mujeres, y la Ley de Fábricas de 1874 que universalizó ese horario, lo cual lograron en innúmeras batallas electorales, manifestaciones y huelgas. Vinculados a este proceso, Carlos Marx y Federico Engels desentrañaron las leyes del capitalismo y revelaron el papel histórico de los proletarios modernos, que no es otro que construir otra sociedad.
Las jornadas de mayo de 1886
Agonizaba la centuria cuando Estados Unidos llegó al fragor de su desarrollo industrial. Chicago se convirtió en la segunda ciudad del país y una oleada de inmigrantes, provenientes de Europa y de los mismos EU, arribó a las urbes industrializadas del centro norte, donde cientos de miles de familias se hacinaron en tugurios. Aunque la ley imperante “limitaba” la jornada laboral a 18 horas, en la práctica, dado el tamaño del ejército de reserva de desempleados, los salarios iban a la baja y las jornadas superaban a menudo este lapso inhumano cuando había “necesidad”.
Los albores de esta batalla en Norteamérica datan de 1829, cuando surgió un movimiento para solicitar al estado de Nueva York la limitación de la jornada. Hacia finales del siglo, entre las varias organizaciones sindicales se destacó por la firmeza de sus posiciones la American Federation of Labor, AFL, que adquirió gran influencia. El 17 de octubre de 1884, un Congreso de la AFL resolvió promover una huelga general por la limitación legal efectiva de la jornada laboral, dando inicio a una vigorosa campaña de propaganda y organización. La consigna fue «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa».
Ante la amenaza cierta de la huelga, el presidente Andrew Johnson promulgó en 1886 la Ley Ingersoll, legalizando el límite de 8 horas de trabajo diarias. Pero dadas las complejidades del sistema federal, los 19 estados de la Unión que interpretaron la ley, aunque limitaron formalmente la jornada a 8 y 10 horas, adicionaron cláusulas que, mediante varios subterfugios, permitían sobrepasar este límite legal, para imponer las acostumbradas 14 y 18 horas diarias. Como la Ley Ingersoll se convirtió en una burla, las organizaciones sindicales de EE.UU. ordenaron la movilización y señalaron el 1º. de Mayo como la hora cero. Se sumaron a la batalla los obreros canadienses. También se unieron miles de desempleados, que entendieron que la reducción de la jornada abriría la posibilidad de que se crearan más puestos de trabajo.
La prensa norteamericana descalificó el movimiento por las ocho horas de trabajo como «indignante e irrespetuoso», lo tildó de «delirio de lunáticos poco patriotas», y manifestó que equivalía a «pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo». Falsedades ya esgrimidas en la pérfida Albión, donde la burguesía auguró el fin de la civilización, según consta en los debates de Carlos Marx en El capital. Hoy se esgrime el mismo argumento fatalista ante cualquier reclamo de los asalariados.
La huelga general en Norteamérica se inició el 1º. de mayo de 1886, con la participación de más de 400 mil trabajadores. Algunos patrones concedieron la jornada en el inicio del paro, pero en Chicago hicieron gala de intransigencia, y la fuerza pública fue movilizada contra los manifestantes. El 2 y el 3 de mayo, en la entrada de la fábrica de maquinaria agrícola McCormik, que llevaba varios meses en huelga, 50 mil trabajadores se concentraron y chocaron con los esquiroles. La policía disparó contra los desarmados trabajadores, asesinando a seis e hiriendo a decenas. Al día siguiente, 20 mil manifestantes se enfrentaron a la policía en la plaza de Haymarket, donde resultaron heridos decenas de manifestantes y muerto un agente. Inmediatamente fueron decretados el estado de sitio y el toque de queda, fueron detenidos, y torturados centenares de huelguistas, y se armó un juicio de comedia con pruebas fabricadas y decisiones políticas, en el que se condenó a prisión y muerte a varios destacados dirigentes.
Sin embargo, ni la represión, ni los juicios amañados, ni las calumnias de la gran prensa, pudieron impedir que la lucha continuara y finalmente se consagrara la limitación de la jornada laboral en Estados Unidos y en el mundo, acicateando de paso la mecanización de la industria.
La lucha por “los tres ochos” representó la confirmación de que los proletarios modernos son una clase universal, con intereses comunes, por encima de las fronteras, la nacionalidad, la cultura o el color de la piel. El pleno ejercicio de la jornada legal de 8 horas, tardaría muchos años en imponerse en el mundo, pero las jornadas de mayo de 1886 abrieron la puerta a su legalización en todo el orbe.
Rescatar el espíritu del día del trabajador
Hoy más que nunca, conviene rememorar la efeméride, cuando el capitalismo imperialista sufre otra de sus crisis cíclicas, en la que aflora un inevitable antagonismo: mientras, de una parte, un puñado de especuladores parásitos se apropia de las riquezas del mundo y convierte en vulgares negocios especulativos la salud, la educación, el ambiente, el agua; de otro, miles de millones de seres humanos se hunden en la pobreza y la miseria, el desempleo y la descomposición social, y los pocos que consiguen un trabajo, por regla temporal, lo hacen por unas migajas. Contradicción que es tanto más dolorosa cuando la ciencia, la tecnología y la capacidad instalada ofrecen los medios para satisfacer prácticamente todas las necesidades humanas.
La actual crisis, que dista mucho de haberse superado, es el desenlace nefasto de la ofensiva del capital financiero, bajo el catecismo neoliberal. Tras la consecución de mayores tasas de ganancia, han saqueado los patrimonios estatales de los países dependientes y de los otrora países socialistas, y han revivido las formas más salvajes de la explotación de la mano de obra bajo el eufemismo de la “flexibilización laboral”. El exceso de ganancias así obtenido y multiplicado con delincuenciales maniobras especulativas, se convirtió en una burbuja planetaria, que explotó demostrando que está muy lejos “El final de la historia”.
El desacreditado discurso neoliberal resuena irracional cuando el libre mercado, incluido el laboral, esparce males por doquier. En ese escenario, resalta la unidad de consignas de los trabajadores en los cinco continentes, tanto en pro de sus propias reivindicaciones, como en las del conjunto de la población, al rechazar el salvaje libre comercio, las privatizaciones, la conversión de los servicios sociales a cargo del estado en mercancías, la persecución a los inmigrantes, y abanderarse de la lucha por la democracia y las soberanías nacionales de los pueblos oprimidos. Traen esperanza al mundo las luchas de los obreros griegos, franceses, españoles, británicos, para mencionar solo algunos. En ese escenario resuena digna, necesaria y orientadora la declaración de oposición al gobierno Santos por parte de la CUT, en la que se aúnan los intereses de los asalariados y de todos los colombianos.
Seguir el ejemplo de los huelguistas de 1886 es hoy más necesario que nunca, pues los imperios y las agencias de crédito internacionales pretenden recuperarse del desastre que causaron, entre otras formas, con el incremento de la explotación de la mano de obra, la desfiguración del contrato laboral, el envilecimiento de las condiciones de trabajo, la prolongación e intensificación de la jornada laboral y la eliminación práctica del salario mínimo.

La cita es el domingo 1 de Mayo a las 9am en la Plaza de Toros en Bogotá.


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