Este año se cumple medio siglo desde que la juventud colombiana se levantó en el movimiento estudiantil más aguerrido, prolongado y políticamente comprometido de la historia de Colombia. El movimiento de 1971 le imprimió un sello democrático y antiimperialista a las luchas estudiantiles, que se mantiene hasta hoy. Conmemorar las cinco décadas de este movimiento no se limita a ser una contemplación del pasado: sigue siendo una rica fuente de aprendizajes para la juventud colombiana y su estudio es indispensable para afrontar las tareas que se avecinan para conseguir una transformación en la cultura, la educación y la ciencia nacionales.
Desde finales de los años 60 la juventud mundial se encontraba en estado de ebullición. La explosión de rebeldía juvenil de mayo de 1968 en París marcó la pauta para una serie de alzamientos juveniles desde la Revolución Cultural en China hasta las protestas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, pasando por enormes movilizaciones estudiantiles en América Latina. El contexto mundial era el de la descolonización de África y grandes porciones de Asia, una lucha entre las grandes potencias y los pueblos del tercer mundo que buscaban su autodeterminación.
Colombia, en pleno Frente Nacional, se dejaba llevar por la ‘Alianza para el Progreso’: la respuesta de Estados Unidos para mantener el control de América Latina frente a la amenaza de la revolución Cubana y la intervención soviética. En el marco de esa “Alianza” se impusieron a las universidades colombianas el Plan Atcon o Plan Básico: reformas universitarias que profundizaban el control de las corporaciones estadounidenses sobre la financiación y la investigación de las universidades colombianas, aumentaban la participación de las matrículas y el capital privado en la financiación de la educación superior y reducían la ya precaria democracia universitaria.
La respuesta del movimiento universitario a estas venía desde 1968, cuando hubo multitudinarias manifestaciones contra Nelson Rockefeller, el Secretario de Estado norteamericano, quien venía a impulsar el programa de la Alianza para el Progreso y los Cuerpos de Paz. Pero el levantamiento estudiantil comenzó en verdad el 7 de febrero de 1971, cuando inició la huelga en la Universidad del Valle exigiendo la eliminación de las condiciones que impusieron los créditos del BID a la Universidad, la expulsión de las entidades estadounidenses que venían dirigiendo los centros de investigación y el retiro de la ANDI y la Iglesia Católica del Consejo Superior Universitario.
Pronto se unieron al paro las demás universidades del país, con participación prominente de la Universidad Nacional, la Universidad de Antioquia, la Universidad Industrial de Santander y las Universidades de los Andes y Javeriana. En medio de la brutal represión desatada por el gobierno de Misael Pastrana y su ministro de Educación Luis Carlos Galán, el estudiantado logró dirigir el movimiento a través de Encuentros Nacionales Universitarios que definieron el programa y la táctica de las movilizaciones, que se prolongaron durante todo 1971 y la primera mitad de 1972 con un gran papel de trabajo y orientación política de la Juventud Patriótica. El primero de esos encuentros se dio el 21 y 22 de febrero de 1971. Fue tanta la fuerza y el impacto que alcanzó, además de vincular a todas las universidades públicas y a numerosas universidades privadas, que el 8 de marzo del 71 las centrales sindicales declararon paro nacional y en abril se declaró una huelga nacional del magisterio.
El 14 de marzo de 1971, tras el segundo Encuentro Nacional, se proclama el Programa Mínimo de los Estudiantes en el que se destacan los siguientes puntos:
- Abolición de los Consejos Superiores y elección democrática de las autoridades universitarias.
- Asignación del 15% del presupuesto educativo a la Universidad Nacional, congelamiento de matrículas y suspensión de las cláusulas lesivas de los acuerdos con entidades internacionales.
- Liquidación del ICFES, financiación nacional y adecuada de la educación y la ciencia e investigación dirigida a resolver los problemas nacionales.
- Derecho a crear organizaciones gremiales en las instituciones educativas de cualquier tipo.
El sorprendente parecido de este programa con las reivindicaciones de los movimientos estudiantiles recientes no es casualidad. Además del programa, el movimiento de 1971 será recordado por su gran conquista: el cogobierno. Entre noviembre de 1971 y enero de 1972 se realizan elecciones y se instala el cogobierno en la Universidad Nacional y la Universidad de Antioquia. Aunque sería abolido en mayo del 72 mediante Estado de Sitio, esta conquista ha sido una bandera y referente del movimiento estudiantil estudiantil hasta la actualidad.
Son muchas las lecciones del movimiento de 1971 para la juventud colombiana, pero hay 3 de enorme relevancia en la actualidad. La primera es el carácter democrático y antiimperialista que ha definido al movimiento estudiantil colombiano durante toda su historia: la lucha estudiantil ha defendido un proyecto de nación soberana y democrática contra el autoritarismo y la intervención extranjera. La segunda lección consiste en los criterios de éxito del movimiento: un programa único, bien sustentado y democrático; una dirección unificada en medio de las diferencias internas con capacidad de orientar el movimiento; y la participación decidida de las masas estudiantiles que lograra ganarse la simpatía y el apoyo del pueblo colombiano. A propósito de lo anterior, hacemos un reconocimiento a los actuales esfuerzos organizativos que ha realizado el movimiento estudiantil actual, particularmente con la creación y consolidación de la Asociación Colombiana de Representantes Estudiantiles de la Educación Superior – ACREES, cuya lucha y articulación con el movimiento social saludamos e invitamos a fortalecer.
La tercera lección es el papel de la juventud en las transformaciones que requiere Colombia. La lucha más enconada dentro del movimiento de 1971 fue entre quienes creían que cualquier reforma educativa democrática era inútil mientras no se transformara de fondo la naturaleza del Estado y la sociedad, y quienes defendían la necesidad de transformar la cultura e impulsar la educación y la ciencia como un paso previo indispensable para poder cambiar a Colombia. Las masas estudiantiles lograron ver que la segunda tesis era la acertada y buscaron concretarla mediante el Programa Mínimo y el cogobierno. Cincuenta años después, es tarea de las nuevas generaciones perseverar en la lucha por una cultura nacional, científica y democrática, así como también por la soberanía, contra las políticas del gobierno de Duque y la más agudizada dependencia de Estados Unidos. La mejor manera de conmemorar las hazañas de 1971 es llevar sus lecciones a la práctica.